martes, 11 de septiembre de 2007


Y ella lo llama a los gritos (no sabe si él la oye), ella grita, llora, suplica… No sabe donde esta él. Y él está mirándola desde la oscuridad. Escondido. Oyendo sus gritos, sus lamentos, viéndola retorcerse de dolor; pero no responde, no se acerca, se marcha a “hacer sus cosas”, su recorrido obligatorio de hombre, que no sabe muy bien para qué es, pero es lo que los hombres hacen aunque el diluvio no perdone los trigales sin los tigres. Y luego regresa para comprobar que ella sigue allí, llorando, con miedo, con soledad, con los sueños partidos en pedacitos pequeños, y los espejos tan empañados que no reflejan nada.